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En marzo del año pasado, en el artículo titulado De Afganistán a
Malvinas, poníamos de relieve el carácter implacable y dinámico del
accionar del imperialismo en el paisaje internacional. Era evidente que, a pesar
de una crisis económica creciente, el sistema proseguía su marcha hacia la
hegemonía y que si en su interior acentuaba las políticas de ajuste, en el
terreno global pronunciaba una actividad expansiva de carácter cada vez más
militar. Decíamos entonces que el sistema imperial era como un ciclista, que
sólo con el movimiento continuo puede no perder el equilibrio.
Poco más
de un año y medio de emitido ese pronóstico, hemos de constatar que,
lamentablemente, el mismo se ha cumplido. Acabamos de presenciar un acto de
agresión desnuda y atroz, la guerra desencadenada contra Libia con pretextos
banales o prefabricados, y la eliminación física de un gobernante que se erigía
en un obstáculo para esos planes o que simplemente estaba situado en una
posición geoestratégica apetecible, que hacía rentable su eliminación. La
persecución de Muammar el Gaddafi y su liquidación en una tarea conjunta de la
aviación de la OTAN y de sus personeros en el terreno es un ejemplo del modus
operandi que ha adoptado el imperialismo. Este reviste una ferocidad que ha roto
todos los parámetros de la ley internacional y a la que sólo la intoxicación
informativa y el ruido comunicacional pueden disimular, desfigurando los
contornos de un episodio que no es otra cosa que un crudo y nudo acto de
barbarie, derivado de las políticas del colonialismo que ejemplificaron las
potencias europeas y Estados Unidos a lo largo de toda su historia.
De
poco le valieron al coronel Gaddafi las amistades adquiridas con los socios de
la alianza atlántica, y Libia, que era el estado más moderno, alfabetizado y
económicamente equilibrado de África, padece hoy la destrucción de su
infraestructura y se enfrenta a las delicias del libre mercado, a una casi
segura guerra intestina y a una muy probable partición, mientras las potencias
de Occidente extienden allí sin trabas sus negocios y se preparan para explotar
la cabeza de puente que han abierto hacia el África subsahariana.
El
revoltijo organizado por la alianza atlántica en el país norteafricano tiene,
por supuesto, muchas aristas. No se trata sólo de desbarrancar a un Estado
organizado (de acuerdo a sus propias leyes desde luego, no a las que convenían a
Occidente) y de sacarle provecho. El diseño geopolítico es más vasto y no se lo
puede disociar de una reconfiguración del mapa mundial, reconfiguración que es
como un taburete con muchas patas. En primer lugar está la aproximación al
África negra y la contención de la creciente presencia de China en una región
provista de recursos infinitamente variados y de gran valor económico y militar.
Esta aspiración es coherente con los movimientos que cabe detectar de parte de
Estados Unidos en el Este de ese continente. En el Cuerno de África, por
ejemplo, se está registrando un aumento del accionar norteamericano, desde luego
puesto bajo la advocación del combate al terrorismo.
En la devastada
Somalia está teniendo lugar una guerra en sordina conducida por EE.UU., Francia
y Kenya. A mediados del mes pasado efectivos kenianos penetraron en el hambreado
ex estado somalí, para combatir a insurgentes islámicos. Su avance fue preparado
por los “drones” –aviones no tripulados norteamericanos-, que se dedicaron a
atacar blancos puntuales con el fin de eliminar a los cabecillas islamistas.
Mientras tanto navíos franceses bombardearon objetivos en la costa con igual
propósito.(1) La acción norteamericana fue transparentada por el Washington
Post, en su edición del 27 de Octubre, aunque el enfoque que le dio fue técnico,
referido a los alcances operativos de este nuevo tipo de accionar bélico, sin
ingresar al examen de las facetas legales y políticas de esa nueva ingerencia
del poderío militar norteamericano en otro escenario muy alejado de casa. La
información no fue desmentida por el gobierno de Obama, aunque sí lo fue por el
de Nicolás Sarkozy.
Otro tema es que las tropas especiales de Estados
Unidos se están desplegando en Uganda, lo que puede suponer un anticipo de una
ingerencia mayor de ese país en los asuntos de la región. Tal involucramiento
iría en el mismo sentido que ha tenido en Libia: se tratará de poner a Somalia y
Yemen en la línea de fuego y de hacer pie en Sudán, Uganda y Eritrea, a fin de
incidir en los asuntos locales e ir armando otro contrafuerte antichino en la
región para explotarla en forma exclusiva. Dado el carácter primario del
desarrollo del Estado en algunos de esos países la tarea podría cumplirse con
pocos efectivos muy especializados y aprovechando las ventajas que da la
tecnología frente a las eventuales y dispersas resistencias que puedan
encontrarse.
Piedra libre para el Imperio
Esto implica
la apertura de nuevos escenarios de guerra, sin que medie ninguna declaración en
tal sentido y sin que el presidente de Estados Unidos se haya sentido compelido
a informar al Congreso. Es curioso, mientras que en el plano de las políticas
sociales Barack Obama se ha visto hostigado y sus proyectos rechazados en el
Senado y la Cámara de Representantes, su intervencionismo militar en el exterior
no ha sido objeto de ningún ataque en la legislatura. Al contrario, como lo
demuestran acciones como el asesinato de Osama bin Laden en territorio de
Pakistán sin que el gobierno de este país haya sido informado de la operación, y
como también lo demuestra la actuación bélica en el Cuerno de África, el curso
supone que el Ejecutivo norteamericano dispone de una inédita libertad de acción
para actuar las políticas del complejo militar-industrial-financiero.
Todo esto no es sino parte de un plan más amplio que está en curso en
estos momentos y que tiene a Siria y a Irán como objetivos, mientras Pakistán
aguarda su turno. La mayor preocupación de Washington, la OTAN e Israel reside
en Irán, que por su tamaño, población, armamento y riqueza energética se erige
como un obstáculo o como una amenaza. Las declaraciones agresivas para con ese
país islámico que han proliferado en estos días, en la estela del presunto
complot iraní para asesinar al embajador de Arabia Saudita en la capital
norteamericana, marcan la pauta de un incremento de la tensión respecto a
Teherán y podrían estar preanunciando una ampliación del campo de batalla a un
punto en extremo sensible. Han menudeado las demandas para acrecentar las
sanciones contra Irán y se ha podido incluso escuchar ante un comité clave del
Congreso –el que se aboca a la Seguridad Interna- a un general afirmando que, a
partir de la presunta conspiración del Quds,(2) Estados Unidos quedaba
habilitado para apretarles el pescuezo a los dirigentes iraníes en represalia.
“¿Por qué no los matamos ahora? Hemos matado gente que ha asesinado a otras
personas”, dijo el general retirado John Keane.
Por supuesto que esta no
es la línea oficial del gobierno de Washington y presumiblemente tampoco su
política extraoficial, al menos por ahora, pues la misma lo llevaría a abrir
otro frente de guerra en un momento en que la situación económica es muy crítica
y en que el compromiso en Afganistán se agrava. Pero las líneas maestras de la
estrategia estadounidense no pasan por un compromiso directo en el campo de
batalla, al estilo con lo sucedido en Corea, Vietnam o Irak, sino por
operaciones encubiertas y desplazamientos de tropas a lugares que se encuentren
en las proximidades de los escenarios sensibles. En este sentido la tantas veces
anunciada salida de Irak no supone una retirada sino un desplazamiento hacia
Quattar. Ahí ya funciona el comando supremo de las fuerzas en el área
mesoriental, el USACENTCOM,(3) y desde allí, con el apoyo de la flota que
circula por el Océano Índico y el Golfo Pérsico y tiene su base en Diego García,
EE.UU. está en condiciones de controlar el área y de intervenir con fulmínea
celeridad si así lo decide, aprovechando la supremacía aérea y marítima de que
dispone y las fuerzas de despliegue rápido sobre las que viene trabajando por lo
menos desde hace tres décadas. .
Los planes del Pentágono, que es obvio
son conocidos y aprobados por la Casa Blanca, pasan por el desarrollo de
potenciales aliados locales y el fogoneo de sus ambiciones particularistas más
que por un despliegue operacional al viejo estilo. Este ambicioso plan de
expansión elástica pasa, como bien ha quedado demostrado en los Balcanes, Irak y
Libia, por la fragmentación de los estados a partir de las líneas étnicas o
confesionales que pueden divisarse, fomentando esas tendencias centrífugas hasta
obtener el estallido de las organizaciones nacionales. Es posible que pronto
escuchemos hablar mucho de Beluchistán, una región de Pakistán que linda con
Irán y está poblada por nucleamientos tribales que se extienden a través de las
fronteras. No es un secreto que Estados Unidos favorece la creación de un Gran
Beluchistán que integraría las áreas habitadas por esa etnia en Irán y Pakistán.
Esa nueva entidad podría ser adecuada para que sirviera los intereses
norteamericanos y determinaría el estallido de los dos Estados que hoy la
albergan.
Las únicas cosas que podrían contrarrestar de manera eficiente
esta trayectoria, serían la implosión de las sociedades occidentales como fruto
de sus problemas internos, o la entrada en liza de otras superpotencias como
Rusia y China, que se sienten amenazadas por el apetito occidental. Pero de
momento no hay que hacerse muchas ilusiones al respecto: los “indignados”
europeos y norteamericanos se han contagiado del legalismo formal que preconiza
el sistema y sobre todo no terminan de encontrar los canales políticos a través
de los cuales puedan expresarse y gravitar en su propio destino y en el destino
de sus países; y Rusia y China vacilan entre asociarse a la globalización
-siempre y cuando se les respete la integridad y no se los evalúe como socios
menores-, o enfrentarla.
Aquí y ahora América latina no
es extraña a los planes del imperialismo. De momento no estamos inmediatamente
amenazados porque la partida grande se juega en otras partes, pero sobran los
indicios de que la segmentación de nuestros estados en una segunda balcanización
está en la mira de las potencias. Habría que aprovechar este intervalo para
fortalecer los lazos que nos unen y –en nuestro caso- ahondar en una lucha
popular que de momento tiene el viento en las velas, pero que requiere de
consolidaciones prácticas.
En nuestro país se han tomado unos
expedientes de urgencia para frenar la corrida contra el dólar desencadenada con
toda deliberación por el establishment contra el gobierno apenas se produjo la
masiva victoria popular en las elecciones del 23 de Octubre, pero, con ser muy
importantes, decisiones como las de obligar a las empresas mineras
transnacionales a liquidar sus ganancias en el país u obligar a las aseguradoras
a repatriar los fondos que tienen en el exterior, no son suficientes para
blindar al país de las presiones de fuera y de adentro. Es verdad que todo debe
producirse a su tiempo y evaluando las relaciones de fuerza entre las partes,
tal como se ha venido haciendo hasta ahora. Pero es difícil que se encuentre una
coyuntura más favorable que la actual o la que se producirá no bien el nuevo
Congreso entre en funciones, para llevar adelante las operaciones que deben
consolidar una recuperación nacional que arrancó de las tumultuosas jornadas de
diciembre de 2001.
La ley de tierras, la reforma de la ley de entidades
financieras, la abolición de la carta orgánica del Banco Central y una
distribución más equitativa de los recursos a través de una reforma fiscal
progresiva, son datos esenciales para la reconstrucción del país.. Nada de esto
es revolucionario ni atenta contra los parámetros de una sociedad capitalista
concebida con racionalidad, pero proveería de una base sólida a un gobierno que
debe industrializar al país y, también, mejorar con urgencia el estatus de sus
fuerzas armadas, equivocadamente hostigadas a lo largo de estos años. No nos
referimos, por supuesto, a los juicios referidos a las violaciones de los
derechos humanos, que es uno de los logros de la actual gestión y que ha
cumplido una obra de reparación innegable, sino a la desatención en que han
quedado los problemas de la defensa, indistinguibles de los requerimientos de
una política exterior sustentable y estrechamente asociada a la de Brasil y
otros países latinoamericanos.
Estamos viendo que la reconfiguración
global tiene un componente militar muy importante y diríase que decisivo. Para
el conjunto de países que conforman la región disponer de unas metas claras en
materia de política exterior va aunada a la capacidad que tengan en el sentido
de disponer de una capacidad disuasoria ante cualquier ataque a la integridad de
cualquiera de sus partes. Ya vimos lo que pasó en Bolivia con la cuestión de
Oriente, sabemos de las pulsiones centrípetas que padece Venezuela a partir de
las intrigas secesionistas en el estado de Zulia; conocemos la persistente
campaña de prensa que se ejerce en torno de la cuestión de la Triple Frontera,
así como la agitación ecologista a propósito de la Amazonia, que puede servir de
trampolín a un mandato internacional que viole la soberanía brasileña, y estamos
conscientes, por fin, en nuestro propio país, de la agitación, por lo general
ingenua, pero susceptible de ser manipulada, acerca de una “República Mapuche”
que tocaría a extensiones de Argentina y Chile, y que podría coadyuvar a una
escisión de la Patagonia, una causa que no dejaría de ser vista con simpatía en
los grandes centros del poder mundial.
Todo esto puede parecer
fantástico o “apocalíptico” a los observadores que surfean sobre la realidad
internacional. Pero, como la historia y la actualidad enseñan, las visiones
superficiales y simplistas suelen estar determinadas por los mismos intereses
que van al fondo de las cosas y que se preocupan –con demasiado éxito, a veces-
en obnubilar la conciencia del peligro en las masas de espectadores ignaros,
para mejor operar así el desarme intelectual y fáctico de aquellos a quienes
observan como sus presas.
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Notas
1) Global Research del 31/10/11
2) El Quds es una agencia especial de los Guardianes de la Revolución, el
cuerpo de élite del ejército iraní, encargada de actividades
extraterritoriales. Algo parecido al GRU de la época soviética, o a la CIA
norteamericana.
3) El Comando Central de Estados Unidos, encargado de dirigir las actividades
militares norteamericanas en el noreste y cuerno africano, la Península Arábiga,
el Golfo Pérsico y el Asia Central.
FUENTE : http://www.enriquelacolla.com/sitio/notas.php?id=254
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