jueves, 14 de julio de 2011

MARTA, AFUERA Y CON SONRISA



Por Melquíades Kafka

Hace tiempo que el articulista no la cruzaba por las calles de la comarca. Para ratificar lo que significa, en estos tiempos de miserables sin códigos, una gran mujer. Una buenísima mina que, por lo mismo, nunca pensó en ella. Estaba destinada a ocupar el lugar que por ejemplo y trayectoria le corresponde en la lista del Frente para la Victoria. Al final, no pudo ser. Pero Marta Testasuele devolver la adversidad con una ventanal sonrisa.
Es el abrazo de siempre. Chiquita, con el mismo rouge de rojo intenso en los labios, envuelta en un atuendo que jamás habrá de coincidir con la dictadura de la moda, ahí está Marta. O Martita. O Marta Testa, regresada ya definitivamente a la ciudad luego de una fructífera experiencia sindical en Buenos Aires.
Su nombre había sonado –en serio- para ocupar el tercer lugar de la lista que lleva a Néstor Yoísmo Auza encabezando la boleta. No le faltan razones ni currículum ni historia a Marta. En los múltiples ámbitos de su praxis política. En la Universidad, donde trabajó para el recategorización de hasta el último no-docente. En Villa Gaucho, donde vive y tiene su red de relaciones. En los años del peronismo místico, cuando billetera no mataba militante y los setentistas de la tendencia eran revolucionarios sin American Express. De esa genealogía es Marta. Pero también es mucho más que eso: es tolerancia, es respeto por el otro, por el compañero que piensa distinto, o por el compañero que dejó de serlo. O por el que nunca fue compañero, sino su opuesto, y jamás dejó de tratarla y respetarla, en estas horas Marta Testa y su sonrisa aparecen como un bálsamo para reconciliar a la política con la conviviencia, a la legítima lucha por el poder con el respeto por la dignidad del otro.
Eso es Marta. Lo saben, porque la estiman, ex rectores de signo opuesto como Juancarlitos PuglieseCarlos Nicolini Marcelo Spina; lo saben, también, muchísimos peronistas que creen en ella. Y que creían, finalmente, que ella sería la mujer que habría de ir en ese lugar que el machismo de la política les reserva a las mujeres: el cupo femenino.
Tenía, Marta, contactos arriba –bien arriba- como para haber logrado eso que aquí los amanuenses del Frente para la Victoria deberían haberle dado en honor a su trayectoria y a su coherencia. Pero Marta carece de algo que en política se llama la malicia elemental. Decodificando: la mala leche. El matar por un cargo. La genética del garca con más oportunismo que ideales. Porque Marta es, simple y llanamente, una buena mina. Que nunca pidió por ella. Y cuando se dio cuenta de que la habían mejicaneado ya era tarde. Ya estaba afuera de todo, eso sí, con una sonrisa.
“Nadie me va a sacar la alegría”, le cuenta al articulista mientras la conversación gira en torno a nuevos y viejos tiempos. “Ya no salgo por los bares… Ahora el vasito de vino me lo tomo en casa o con los compañeros de Villa Gaucho”, agrega.
Una pena. Ya no podremos verla, por ahora, sentada en una banca del Concejo Deliberante. Quizá pagó con creces el haberse alejado del pueblo durante un largo tiempo y por razones estrictamente laborales. Volver y reconectarse a los suyos, a su gente, a la energía cósmica de su tierra, le costó un tiempo. Lo paga con humildad y sin perder el esplendor, con esa sonrisa tan suya y tan de casi todos.


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